♦ El Asesino y el Coloso ♦ Pasado | Azael ♦

Éric miraba la larga lista que en su mano tenía, mientras caminaba directo al gran mercado. No tardó en encontrarlo, sin embargo, tantos recados le hicieron dar un montón de vueltas, y en un par de horas estaba amontonado de bolsas, fundas y una mochila llena de alimentos y cosas para la taberna que Lev manejaba. Él era un trabajador más, y se ofreció a viajar para encontrar más barato todo lo requerido para las jornadas siguientes. Y lo cierto es que a Éric le fascinaba viajar entre continentes y mundos, sin importar lo complicado que fuesen, y algunas veces hasta se animaba a llevar a su hermana menor, con tal de que ambos disfrutasen de unas vacaciones cortas pero emotivas.

No obstante, ese día tendría una ligera diferencia al resto: Su incapacidad de avanzar con tantos productos encima. Al punto que se detuvo en la acera de una gran calle, y se sentó, mientras en sus pensamientos maldecía a todo y a nada al mismo tiempo, quejándose de haber sido enviado allá, cuando fue él mismo que voluntariamente se aventuró a hacer compras en la capital de aquel reino que tanto le gustaba. Pero había algo claro en sus pensamientos: Alguien tenía que ayudarlo, y sin ser oportunista le iba a ser imposible, y pocos segundos pasaron para ver aquel ángel caído desde los mismos cielos, ese gigante de pecho férreo que caminaba en una danza de victoria hacia su dirección. Así que se levantó, alzó levemente los brazos, como si simulara que su fuerza visible igual podía ser comparable, y con su traje de galán y el sombrero de caballero montado, le miró seriamente al estar justo caminando a su lado.

— ¡Qué buenos brazos! — Su mirada serie se posó en la suya, para luego palpar a mano abierta aquel brazo inferior, para seguir hablando, interrumpiendo su paso. — Realmente fuertes, mucho entrenamiento detrás, ajá, segurísimo… ¿Cómo le haces para mantenerte? Yo no podría… Eres como mi ídolo.

Sus palabras a las ligeras perdían sentido conforme el tiempo pasaba, y esto era debido a que su capacidad de interactuar, y su carisma nulo, le proveían ese gran mal nivel de socialización, llegando a ser que con la única persona que había socializado de buena forma, era su mismísima hermana. Pero no iba a perder a aquella “presa”, era imposible, pues en la lejanía, no había ningún prospecto a no solo ayudarle, sino llevar todas las bolas hasta su destino.

— Así es, debe ser mantenerlos. Mira, yo siendo tú, y agarro esas cosas, y las llevo hacia allá~a — Señaló a la lejanía, al final de la calle, donde unas carretas hacían encomiendas y viajes por pago. — ¿No crees? Un ejercicio simple, pero que tonifica, para… — Volvió a palpar, pero esta vez en la espalda baja, que era a donde su brazo llegaba. — Para conservar esa figura de papasote. Y fíjate, te acompaño, mejor imposible.

Y sonrió. Confiaba en su poder de convencer a las personas cuando este era inexistente, y que aquel hombre lo ayudaría sin dudar. Lo que no sabía era la labor que diariamente ejercía el valeroso caballero que de dorada armadura vestía. Y muchas veces el actuar sin pensar le llevaban a malas situaciones, y era de esperarse que aquella no fuese la excepción.

Hermosas calles adornadas por un sin fin de puestos en donde te puedes encontrar chucherías de todo tipo, comida saludable, ropa e incluso uno que otro objeto extraño que termine por agradar a más de un coleccionista empedernido de las piedras preciosas. Un mar de personas, eso es lo que se puede ver desde las alturas, allá en los tejados en donde se posan los pájaros y disfrutan de la calma que rodea a ese tsunami que avanza de un lado a otro, pero... ¿Que pasa cuando disfrutas desde las alturas pero aun así eres una enorme roca en medio de esa marea caprichosa? Azael, esa es la respuesta, un pequeño gigante que se pasea por las calles con sus ropajes característicos de leñador y sin ningún arma encima, solo una hermosa insignia en la hebilla de su pantalón que deja en evidencia su estatus de “Caballero”.

Sus ojos vagan por los pechos de las jóvenes y no tan jóvenes, va de un lado a otro contemplando la anatomía humana y olvidando luego de un segundo lo que acaba de ver, sin darle mayor importancia a su paseo tan habitual por las calles de la ciudad real... cuando... ¿Alguien está tocando su brazo? De seguro es una hermosa mu... no, es un hombre que nunca antes había visto y por alguna razón le está alagando, incluso le dice que él es su ídolo, ¿Puede ser eso posible? ¿Acaso sus hazañas ya son cantadas por los bardos? -¿Eeh?-

En su cara se notaba la incertidumbre, hace un segundo atrás estaba mirando pechos y ahora le seguían adulando respecto a su musculatura, cosa que no le molestaba para nada, mientras esas manos traviesas no fueran a dar con algún lugar indebido todo estaría bien -Un forastero pidiendo ayuda en la ciudad real, ¿Como negarme?- La nobleza de su corazón le impedía ver ese momento en que el extraño buscaba aprovecharse de su fuerza, de todos modos, si se hubiera dado cuenta tampoco tendría problema en ayudarlo, él es un caballero del reino y no puede negarle la ayuda a nadie, eso va en contra de sus principios -¿Solo son estás cosas?- Un leve tono de ironía escapaba de sus labios mientras tomaba todas las bolsas como si de plumas se tratase.

La carreta estaba en su campo de visión y no tendría problema para llegar a ella -¿Que te trae por ciudad real?- No tenía malas intenciones con sus preguntas, simplemente comenzaría a indagar de forma leve... algo común en él -Todos los forasteros suelen preferir Bellaford como zona de compras-

Realmente estaba aceptando hacer el favor sin nada a cambio, así que Éric no tardaría en sorprenderse, pero sin hacerlo notar. Aquellas palabras del caballero sonaban muy sensatas para él, y si embargo, se preguntaba: "¿Por qué alguien como él me ayudaría sin razón? ¿Acaso ocultaba algo?" La duda le causaba bastante intriga, a decir verdad, así que le miró de arriba abajo, y teniendo la mirada alzada, le dio la primera sonrisa del día al caballero.
 
— Está bien, iremos allá.
 
Y cuando iba a dar el primer paso, escuchó aquello. Sus ojos quedaron abiertos como dos metras a punto de salir despedidas como proyectiles. “¿Acaso quiere conversar? Eso no estaba previsto”, se decía en sus interiores. Estaba al tanto de qué era, aunque no del cargo, pues podía hasta ser un guardia cercano al rey y no darse cuenta de ello. Así que las dudas le rondaban más, para él era claro que quería descubrir quién era y meterlo en la cárcel, o peor aún ajusticiarlo. Así que le dio por pensar muy bien en sus respuestas, con cautela y sin dar mucha información vital de él y sus amistades. Pero en un mercado de un país lejano, era fácil mentir. Se sintió algo cómodo y mirándole, habló.
 
— Soy de lejos, realmente lejos… Aunque no es primera vez visitando el reino. Estoy acá por compras, usted sabrá, demanda, precios baratos, oportunidad de compra. Hay que mantener a la familia, y yo, desde luego, soy un simple hombre de familia.
 
Su palidez seguía resaltando, con el sombrero guardándolo del sol, así cuidando la palidez de su rostro. Estaba a su lado, no habían caminado mucho aún. Pero él pensaba que si daba más información falsa, estaría más seguro de no ser descubierto por aquel guardia, que le veía ya como un potencial enemigo.
 
— Y bueno, la enfermedad… En nuestras ciudades acontecen. Peor no me quejo, sólo que mis hermanos no pudieron venir a ayudarme. Por eso he solicitado su ayuda. — Ocultaba ese oportunismo insensato que mostró al comienzo, pues creía que se había dado cuenta. — Y usted, ¿Qué me cuenta? ¿Muchos años en esta labor?
 
Realmente no le importaba nada de él, ni siquiera quería saber su nombre. Sólo quería llegar al destino, hacer las compras e irse sin problemas. Se estaba empezando a arrepentir de haberle pedido el favor a esa persona tan amable como lo era Azael.

¿Por qué no hacerlo? Eso es algo que Azael podría responder fácilmente en caso de que se lo lleguen a preguntar, pero no te daré ningún adelante, no me saltaré las reglas dándote mayores detalles por medio de mi narrativa... o si, puede que en el siguiente párrafo olvide esto y te este dando los secretos más ocultos de Azael, esos detalles que perturban a la mente más enfermiza y fetiches que pueden llegar a sorprender a cualquiera.

Punto de destino fijo, sus pasos se ajustarían al caminar del forastero, no quería adelantarse y evitar escuchar las respuestas que aun esperaba producto del bullicio que produce la misma ciudad, ¿Acaso es extraño hacer preguntas? Para él no, la calidez de su alma le obliga a hacerlo, ser amigo de todo el mundo y de nadie al mismo tiempo, un humano más, un habitante de Britannia que habla de igual a igual con quien sea, siempre y cuando la forma de conocerse sea algo “informal”. Interesante respuesta, ¿Que tan lejos se encontrara su hogar? Era lo que pensaba ahora el gigante que cargaba con las bolsas como si de pequeñas hojas se tratasen y no hacía más que sonreír mientras prefería obviar la piel pálida que cubría el cuerpo del forastero.

Omitía información, no pensaba que fuera alguien malo, simplemente estaba “socializando” como él sabe hacerlo, y venga, el forastero no tiene pechos o un culo gigantesco, es por eso que sus ojos no están devorándolo en este momento -¿Una enfermedad?- El tono de su voz denotaba preocupación con respecto al tema, así mismo su rostro y sus ojos expectantes -¿Crees que pueda ayudar en algo para mejorar la calidad de vida de esas personas?- Acaso no querías que se entrometiera ¿O si? Independiente de si es una mentira o no, ahora Azael se interesaría en el asunto y medianamente ignoraría las preguntas con respecto a su vida -Mi labor no importa en estos momentos, si quieres puedo solicitar ayuda a la guarnición de Caballeros para que ayudemos a tu pueblo- Cada segundo que pasaba era crucial, se le notaba más interesado que antes y con una mirada de héroe que muy pocos tienen.

Era evidente el craso error que el joven había cometido, pero él lo veía como una intromisión innecesaria de aquel hombre, pero aún así no podía simplemente ignorarlo y seguir adelante. Ya había metido la cabeza en la boca del lobo. Peor se mantuvo sereno y en calma, puesto que sospechaba que era simple inercia de un hombre apasionado por hacer el bien. Suspiró y le dio la mirada aún con la caminata. Cruzaban una calle que estaba concurrida; a lo lejos venía una carreta con suministros de cueros y pieles, con un joven chico de cabellos rojizos, viéndose —cansado.
 
— Desconocemos la enfermedad y el origen.
 
Su tono era tranquilo, pero muy directo y tajante. Pero le dio en ese instante en pensar en su edad, y de forma muy analítica y lógica. Supuso antes que era un gigante, pero su apariencia no parecía muy longeva. Volteó al frente para detenerse y deja que la carreta continuara su camino, y cuando esta hubo pasado, le miró nuevamente.
 
— Ataca a los más jóvenes, eso es seguro. Es mortal, muy agresiva. Yo sigo vivo porque trabajo en las afueras. Quisiera viajar y vivir. ¿Es bonito no? Conocer, disfrutar…
 
Siguió su caminata. El sol les daba justo en la espalda y su sombrero ayudaba a que este no le diese en la piel. No se le veía triste, puesto que le era difícil emular ese sentimiento, así que sólo iba como un hombre que había sufrido bastante y a ello se había acostumbrado. El Reino era realmente grande y cada paso los acercaba más a un destino que lo veía eterno y sin fin. Las personas pasaban a su lado y los niños correteaban de un lado a otro. Se unían igual los perros y gatos paseándose por los barrios. Las damas siendo cortejadas, los hombres piropeando a diestra y siniestra, los mercaderes vendiendo sus mercancías. Le parecía fascinante la ciudad y pasear en ella para observar lo que sucedía a su alrededor.
 
— Podría de hecho acompañarme, caballero. Sólo que no ha de ser posible hoy, tengo que ocuparme, pero le buscaré. ¿Puedo saber su nombre?
 
Ahora sí le importaba la identidad de ese gigante y por una única razón: No quería encontrárselo más en su vida.

Es interesante pensar en una enfermedad que aun no es conocida dentro de las murallas de la ciudad real, pero por ahora Azael está pasando por alto ese pequeño detalle, quizás a posta de confiar en la palabra del forastero que se acaba de encontrar, aunque no puede evitar pensar en la razón, por lo mismo se lleva la diestra a su barbilla con mucho cuidado y dejando en evidencia la fuerza con la que podía levantar aquellas bolsas sin problema alguno -Quizás es alguna nueva cepa creada por los criminales de Castellio- Es de conocimiento común que ese antiguo reino es un nido de criminales y la gran mayoría de los males actuales son por culpa de ellos, o al menos una que otra orden nace desde allí... se podría decir que es una gracia de las Diosas que nunca comenzaran con una expansión territorial, quien sabe... un actuar así podría ser el inicio de una nueva Guerra Santa.

Ooh... una cepa capaz de ir contra los más jóvenes, eso le daría miedo a cualquiera y más aún tomando en cuenta que a quien se lo cuenta es eventualmente joven, pero ya verás que Azael no le tiene miedo a la muerte, podría incluso abrazarla y ofrecerle perdón a cambio de su vida si así fuese necesario... venga, es un caballero orgulloso y un héroe espiritual que no tambalea con nada -Lo debes estar pasando fatal, sobre todo con tus hermanos a punto de perder su vida- Algo estaba haciendo eco en su cabeza, la explicación era buena pero de pronto había cierto grado de incongruencia en el actuar y las palabras, ¿Es realmente un forastero confiable? Aun no puede contestar esa pregunta con claridad.

El andar se hacía lento, la multitud así lo provocaba y la mirada de Azael se iba de reojo para con el forastero que ahora preguntaba su nombre denotando un leve interés, algo nuevo en está conversación -¡Azael Spring!- Alzaría la voz como si de un presentador de espectáculo se tratase -¡Noble Caballero de Danafor!- Orgulloso se presentaba sin ningún problema y abría sus brazos de golpe mientras las bolsas colgaban como si fueran dos pesas muy livianas -Con gusto partiré en ayuda de tú pueblo cuando quieras, es más, hoy mismo comenzaré a gestionar el grupo de ayuda... solo me gustaría saber el nombre de aquel lugar y obviamente el tuyo- Se había detenido, tenía una curiosidad gigantesca que fácilmente estaba camuflada con una sonrisa llena de calma.

Un cruce, una nueva calzada y un pequeño tropiezo del peliblanco, que aún con el tamaño bajo, era el mayor de aquel par que caminaba. Lo escuchaba hablar sin apresurarse a contestar, tenía paciencia, y además tampoco quería alargar mucho aquella conversa. Se estaba volviendo, en un ciclo vicioso extraño, en el que Azael se interesaba y él trataba de ignorar, pero no responder le podría llevar a crear desconfianza, que era justo lo que no quería en ese punto. Lo que le agradaba de ese instante, era que, con el cruce, lograron quedar bajo la sombra de unos tejados largos, y parecía que seguirían por esa calzada por un buen rato. La zona era movida, y justo cuando terminaba de hablar su acompañante, Éric sacó una moneda y se la dio a una señora ya mayor que se hallaba vendiendo alimentos rápidos, de forma ambulante. Tomó unos tostones salados y siguió. Empezó a comer pocos, para luego hacer su contesta.

— Mola tu apellido, me agrada, bastante. Mi apellido es Von Halen, y soy de una pequeña aldea ubicada en los prados Britannia, su nombre es... — Se detuvo, por tres cosas, la primera, que había dicho mal su apellido nuevamente, aun cuando quiso decirlo bien, y lo segundo, es que su mente pudo dar conque quizás los caballeros de ese reino, no tendrían que ver con el otro; y la última: Las carretas estaban ya muy cerca. — ¿Ustedes no tienen jurisdicción allá cierto? Sería una verdadera lástima.

Su cara fue de lamentación, muy vistosa, pero por dentro se alegraba, aun cuando nunca tuvo por qué colocarse en esa posición, sino por su falta de orientación y el no verse ubicado bien. Así que todo volvía a su normalidad.

— Pero he comprado plantas naturales, para ayudarles a ello. No dudo, en que nos veamos luego, caballero.

Era respetuoso, no solo en ese momento, sino casi siempre, pero ahí lo intensificaba para lograr una muy buena impresión e irse sin preocupaciones a la taberna. Guardó todo de forma que los alcoholes y las especias de comidas exóticas no se notasen, puesto que, estando legalmente compradas, pensaba que podría acarrearle una mala fortuna. Así que seguía, ya sin dar más para hablar, con su seriedad inmutable, mirando fijamente las carretas donde dejaría aquella ciudad y se despediría de aquel caballero grande y de reluciente armadura.

¿Von Halen? Le parecía un apellido curioso, aunque no podía evitar extrañarse y hacer crecer su “desconfianza” al notar como el forastero había ignorado su principal pregunta… el nombre. El segundo matiz llegaba cuando pasaba por completo del nombre de su hogar, ¿Quién en su sano juicio no querría la ayuda de los caballeros del reino? Sin duda era algo que Azael ya no podría entender y esto se convertía en una conversación detectivesca, porque si, la desconfianza ya era tal que cualquier cosa que dijera Von Halen sería cuestionada.

Lo cierto es que la desconfianza no se vería reflejada del todo en las acciones de Azael, al contrario, se le puede seguir viendo como un enorme caballero dispuesto a ayudar de la forma en sea posible… aunque en sus palabras si se notará que intenta indagar mucho más -¿Allá dónde? Prados existen en todos lados de Britannia- Prados, podría ser cualquier lugar, quizás una explanada en la jurisdicción de Liones o de Camelot, pero eso no importa realmente ya que los tres reinos son aliados… o quizás ¿Campos vírgenes? ¿Realmente existen? Hasta donde se sabe los tres reinos ocupan todo Britannia y solo quedan lugares puntuales a los que su jurisdicción no alcanza a llegar… lugares dominados por criminales.

Oh… plantas naturales para intentar apalear una enfermedad desconocida, eso realmente es jugar con la suerte y más aún si se considera que las personas están muriendo. Sin más, Azael no tendría problema alguno dejando las cosas en la carreta pero en el fondo sentía que no podía dejar ir aún al forastero, así que de forma “descuidada” apoyaría el peso justo sobre la carreta haciendo parecer que está descansando -Es bastante hermosa- Decía refiriéndose a la carreta -¿Quieres que te acompañe inmediatamente? Así luego será más fácil guiar al grupo de ayuda- Su sonrisa se esbozaría cálidamente aun cuando su actuar su ha vuelto más perspicaz que en un principio.