¡Deshaz el hechizo! | [Misión Rango D] | Pasado

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Aquel día el sol había salido con justicia, por lo que Blast no había contemplado la posibilidad de permanecer al cielo raso. Danafor ya no estaba a mucha distancia, sin embargo, no bajaría por aquella enorme loma hasta bien entrada la tarde. Buscó cobijo entre las ramas de un gran árbol. Durmió durante horas, o quizá simplemente mantuvo los ojos cerrados, era algo completamente carente de importancia, para él el tiempo fluía de otro modo, unas pocas horas no suponían demasiado, no como para los humanos corrientes. Cuando el sol comenzaba a dejar retazos de color rojo en el horizonte Blast despegó los párpados y se dejó caer del árbol.

Comenzó a descender la loma hasta llegar a Danafor. Un majestuoso reino. Quizá el más poderoso de Britannia. Aunque nada de aquello sorprendía al demonio, lo veía como un cubículo más grande para realizar sus experimentos. Finalmente llegó hasta sus calles, las cuales no estaban excesivamente abarrotadas, tras un caluroso día más de uno habría ido a refugiarse en casa. Blast buscó la taberna más cercana y pidió una botella de vino, fría, la más helada de todas y bebió en una copa tosca, cuyo cristal estaba arañado debido a los intensos lavados.

Una conversación llamó su atención. Al parecer unos borrachos hablaban con voz pastosa sobre una hermosa dama. Poco después más hombres se unieron a las alabanzas. Aquello no llamaría la atención del peliblanco si no fuera porque las conversaciones que se generaban en torno a mujeres solían ser mucho más lujuriosas y obscenas. Aquellas advenedizas palabras le hicieron prestar atención más tiempo del habitual. Había captado unos cuántos adjetivos físicos entre tantos ensalzamientos. Apartó la copa y se levantó. — Este brebaje no merece el esfuerzo de pagarlo. — Lanzó unas pocas monedas en la barra y se marchó de allí ondeando su gabardina.

Debía buscar a una mujer – evidenciado por los comentarios de aquellos sutiles varones – con cabellos dorados y envolventes rizos. Encontrar a una humana de cabello rubio podía ser complicado. ¿Cuántas personas podría haber en aquella ciudadela? Demasiadas, quizá sería conveniente hacer una limpieza de almas, quizá… En otra ocasión. Ahora su curiosidad estaba en ver qué tenía de especial aquella mujer tan aclamada. Caminó pausadamente por la calle principal, observando a la gente con los ojos entrecerrados. Y entonces dio con algo que le pareció curioso, un grupo de hombres se agolpaba alrededor de algo, había mucho barullo. En otras circunstancias se habría dado la vuelta, pero la ciencia requería sacrificios.

Se encaminó hacia la multitud y se abrió paso entre ella sin demasiados esfuerzos. En mitad de todo se encontraba una chica, joven, tal vez de unos dieciocho años… La cuestión es que alrededor había hombres de todas las edades y todos los tamaños, realizando proposiciones románticas por doquier. Entonces centró su mirada y sus sentidos en ella. No mentiría, le resultaba agradable a la vista, sin embargo, no entendía aquella obsesiva por declararle un… ¿Amor eterno? No era para tal cosa, quizá bastaba con desvirgar a aquella dama para satisfacer sus deseos. La situación se volvió más irrisoria, si cabe. Un grupo de mujeres se acercaba a ellos. Blast podría haber supuesto que se trataban de las esposas de los hombres, cuya intención era encontrar la causa del comportamiento de los esposos. Pero no, también habían enloquecido con la dama.

— Estúpidos humanos… — Murmuró el demonio con desdén. Aquellas palabras no estaban carentes de cierta ironía pues el muchacho de cabello blanco se había considerado uno de ellos en su tierna infancia. Sin embargo, y a pesar de que él no había perdido la cabeza como sí parecía haberlo hecho el resto de la población, no podía evitar sentir una poderosa atracción hacia la fémina. — Muy bien. — Comentó decidido y se abrió paso hasta ella, la tomó del antebrazo derecho y desde toda su altura contempló los ojos de ella. — Vendrás conmigo. — Sin más dilación emprendió de nuevo la marcha, apartando a todo aquel que se interponía. Hacía oídos sordos a todo tipo de increpaciones y desafíos, eran seres poco interesantes.

La mujer trató de resistirse en un par de ocasiones, aunque no con demasiadas ganas. La llevó a un lugar en el que podías alquilar una habitación por unas pocas monedas, nadie preguntaba y no había un control estricto sobre aquellos que entraban y salían, por lo que a pesar de llevar a la mujer encantada, la presencia de ambos pasó desapercibida.

Blast lanzó a la humana a la cama y se plantó firme a pocos metros. — Dime… — Comenzó diciendo observando con detenimiento el cuerpo de la joven para finalizar posando sus pupilas en los ojos de la fémina. — ¿Has hecho algo diferente o tenido trato con alguien en los últimos días? — Su rostro se mostraba impasible, como de costumbre, sin embargo empezaba a sentir un poderoso impulso por poseerla. No obstante, su voluntad era más poderosa, por el momento. — Yo… ¿tú quién eres y por qué me has traído hasta aquí? ¿Quién te crees? — La mirada de Blast era fría y permanecía clavada en los ojos de ella. Por fin se había atrevido a enfrentar al demonio tras aquel trato.

Blast guardó silencio, escrutando con calma a la mujer. — ¿No has reparado en que todo el mundo ha perdido el juicio contigo? — Elevó la comisura del labio simulando una leve sonrisa. Al parecer la rubia era idiota. — Considérame como tu salvador. — Volvió a mostrar su impasible semblante. — Ahora habla. — Ordenó con una voz que no toleraba una negativa. — No… — Comenzó ella con voz temblorosa. — Bueno sí… Ayer, creo… Sí. Ayer una mujer enmascarada me detuvo, no la entendí bien. Dijo algo… — Cerró los ojos con fuerza tratando de recordar. — No sabría decir exactamente el que… —

El demonio al fin había obtenido su respuesta y se acercó aún más a ella. — No tolero que nadie tenga influencia sobre mí. — Susurró acercando su rostro al de la chica. Los impulsos por poseerla y hacerla suya eran difícilmente irrefrenables. Tomó el rostro entre sus manos y se lo acercó más aún. — ¿Q-qué vas…? — Un crujido rompió sus palabras. Blast acababa de romperle el cuello, no soportaba que nadie pudiera dominarlo y aquello había empezado a influenciar demasiado, empezaba a desearla más de la cuenta, incluso dificultaba poder pensar en otras cosas, una vez la vida de la chica se había apagado todos aquellos extraños deseos comenzaron a desvanecerse.

— Tu muerte no será en vano. — Susurró mientras depositaba con dulzura el cadáver en la cama, como si de una muerte natural se hubiera producido. En cuanto un médico la revisara descubrirían que había sido asesinada, pero para entonces él ya se encontraría muy lejos de allí. Ahora tocaba el turno de la mujer enmascarada, sin embargo, no tenía por dónde comenzar. Quizá era hora de sacudir a algunos tipos de la taberna, ahora que él no sentía nada por el cadáver era probable que el hechizo se hubiese roto para todos los demás también. Abandonó la posada con su calma habitual, dejando que los brazos se balanceasen junto al cuerpo, no le suponía ningún remordimiento segar vidas, quizá por su pasado, quizá por su naturaleza demoníaca. No importaba, alguien más debía morir.

Las horas comenzaron a transcurrir y la noche se hizo en el reino. Blast interrogó a todo aquel que consideró digno de poseer la información necesaria para dar con la misteriosa hechicera enmascarada. Pocos sabían de quién se trataba y más difícil resultó obtener la información de la cual pudiese obtener algo de valor. Al fin, obtuvo. Parecían ser rumores, pero no tenía nada mejor a mano. Se movió por los lugares en los que la habían visto, aunque no fue necesario que él diese con ella pues ella lo había alcanzado primero. Lanzó un objeto afilado hacia su espalda, con un movimiento felino esquivó y encaró a la enmascarada. Su rostro no reflejaba absolutamente nada y bien podría ser él el que portase una máscara, mas no.

— Llevas todo el día preguntando por mí. Y eres más ágil de lo que pareces, aun así voy a tener que hacer algo contigo, me da la impresión de que has descubierto mi secretito. — Una leve risa sádica sonó tras la máscara de la mujer. Blast se mantuvo impasible y avanzó lentamente hacia ella. — Eres una hechicera bastante mediocre. — Su voz sonaba más grave y agresiva de lo habitual, aunque su rostro seguía siendo impenetrable. — Aún no había decidido lo que iba a hacer contigo. — Mintió, aunque sonó tremendamente convincente. — Al atacarme has sentenciado tu dicha. — Prosiguió con el avance hacia la dama y parecía emitir de su interior un aura maligna, diabólica… Parecía que la noche se había ennegrecido más si cabe, aunque quizá era todo una percepción de la mujer enmascarada.

— Si te acercas más te embrujaré. — A pesar de la amenaza hubo un deje tembloroso en su voz, un matiz que el demonio captó y le hizo crecerse más, si cabe, ante la hechicera. — Haz lo mejor que sepas. — Avisó él. La mujer elevó sendos brazos en dirección al demonio, aunque éste ya no estaba allí. Se había posicionado a la espalda de ella, dejó escapar un gélido aliento en su nuca y susurró. — Demasiado tarde. — De un veloz movimiento rodeó la cabeza de la fémina entre sus brazos y obligó a las vértebras cervicales a quebrarse. Los brazos de la hechicera quedaron descolgados junto al cuerpo. Blast la dejó caer al nocturno suelo, no gastó un segundo en observar el cadáver. Dio media vuelta ondeando la gabardina y se marchó e la escena. — Camelot es muy aburrido. — Reflexionó para sí. — Es hora de emprender una nueva marcha. —