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♦ Sutil compañía, encuentro sublime ♦ Pasado | Leonell ♦ [+18]
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♦ Sutil compañía, encuentro sublime ♦ Pasado | Leonell ♦ [+18]
Recuerdo del primer mensaje :
La noche era húmeda, no hacía mucho frío, pero la brisa daba una sensación térmica más baja de lo que estaba. Un tabaco, un café tinto y una pequeña revista le acompañaba al hombre de rostro sereno que leía con parsimonia. La hora era tardía, pero él esperaba a que una oportunidad buena se presentase. Su cabellera estaba oculta por el sombrero que llevaba consigo, y su cara no se reflejaba bien, dada que la oscuridad en aquel pequeño bulevar era alta. Las luces apagadas y los charcos en el suelo daban una sensación extraña, un lugar que no pisarías si quisieras estar seguro. Los cascos de los caballos retumbaban contra el suelo empedrado y salpicaba la poca agua que podía encontrarse. El tabaco brilló con una ráfaga instantánea, las gotas de la llovizna dejaron de caer y un pulso en su corazón lo sacudió.
Había encontrado un objetivo.
Sus cabellos azulados y el cuero que rodeaba sus ropajes le encantaron. Aunque no pudo detallar bastante, la fragancia que dejó en la lejanía fue la suficiente para despertar su sed de sangre, un hambre mortal le entró por las venas y llegaba hasta su micro-cardio, relajando sus latidos. Era momento de ponerse en acción.
No pudo seguirle mucho tiempo con la mirada, pero estaba seguro que había entrado en una gran galería, donde comerciantes y mercaderes vendían y compraban productos por doquier, y claro está, las personas eran timadas a cada rato. La entrada estaba acompañada de un gran arco, las lámparas con candelas se sostenían de un techo curvo y las personas se abarrotaban mucho, pues era la base también de un gran palacio. Continuó hasta el final de la galería, encontrándose con una gran calle, igual empedrada. Chasqueó los dedos y se fue hasta el otro lado, observando lo que tenía alrededor, tratando de no llamar la atención. Colocó el sombrero detrás de unas plantas, colocó sus manos en los bolsillos externos que llevaba su gran traje y cerró los ojos.
Sus pisadas eran tenues, no se escuchaban y algunas personas se extrañaban mucho al verle caminar así, hasta que los abrió. No tardó en encontrar de nuevo el rastro. Empezó a caminar más rápido hasta la pared de un edificio, así que bajó al callejón continuo para empezar a subir por los lados, hasta el tercer piso. Sonrió. La fragancia de cada ser, que deja surgir y salir de los más ínfimos poros de sus cuerpos, es única, y para él, la de ella era especial. “Parece un ángel, no llega hasta los 20 años, y está claro que es fuerte, no es presa fácil” Se decía para sí cuando logró abrir un poco la ventana de su habitación objetivo.
Era oscura, ninguna señal de que una mujer joven la habitara, le era extraño. Se colocó de cuclillas y se posicionó de lleno en la ventana, observando. Había cierto bulto en la cama, la luz apagada, unos libros esparcidos en un escritorio de colores amarillentos y una pequeña foto en una mesa de noche. No estaba seguro de si aquella era la habitación de la chica, pero no dudaba en que estaba cerca. “Puede que me haya confundido”, pensó, nos obstante, se quedó ahí, expectante y observando, era la única guía que le podría dar una pista para llegar hasta aquella chica de azulado cabello y cuerpo pequeño. Le encantaba soñar con sus víctimas, dormirlas, tocar su suave piel desde los pequeños dedos en los pies, hasta los últimos peldaños de esos lacios o rizados cabellos, luego morder, sentir el cuello en su aliento y saborear un cuerpo que quizás nunca más verá. Lo llenaba. Bajó finalmente de la ventana, palpando el suelo con los pies; estaba por actuar. Aunque se alertó y prestó mucha más atención en su entorno, pues si alguien quisiera atacarlo por ser un “asechador”, ese era el mejor momento.
La noche era húmeda, no hacía mucho frío, pero la brisa daba una sensación térmica más baja de lo que estaba. Un tabaco, un café tinto y una pequeña revista le acompañaba al hombre de rostro sereno que leía con parsimonia. La hora era tardía, pero él esperaba a que una oportunidad buena se presentase. Su cabellera estaba oculta por el sombrero que llevaba consigo, y su cara no se reflejaba bien, dada que la oscuridad en aquel pequeño bulevar era alta. Las luces apagadas y los charcos en el suelo daban una sensación extraña, un lugar que no pisarías si quisieras estar seguro. Los cascos de los caballos retumbaban contra el suelo empedrado y salpicaba la poca agua que podía encontrarse. El tabaco brilló con una ráfaga instantánea, las gotas de la llovizna dejaron de caer y un pulso en su corazón lo sacudió.
Había encontrado un objetivo.
Sus cabellos azulados y el cuero que rodeaba sus ropajes le encantaron. Aunque no pudo detallar bastante, la fragancia que dejó en la lejanía fue la suficiente para despertar su sed de sangre, un hambre mortal le entró por las venas y llegaba hasta su micro-cardio, relajando sus latidos. Era momento de ponerse en acción.
No pudo seguirle mucho tiempo con la mirada, pero estaba seguro que había entrado en una gran galería, donde comerciantes y mercaderes vendían y compraban productos por doquier, y claro está, las personas eran timadas a cada rato. La entrada estaba acompañada de un gran arco, las lámparas con candelas se sostenían de un techo curvo y las personas se abarrotaban mucho, pues era la base también de un gran palacio. Continuó hasta el final de la galería, encontrándose con una gran calle, igual empedrada. Chasqueó los dedos y se fue hasta el otro lado, observando lo que tenía alrededor, tratando de no llamar la atención. Colocó el sombrero detrás de unas plantas, colocó sus manos en los bolsillos externos que llevaba su gran traje y cerró los ojos.
Sus pisadas eran tenues, no se escuchaban y algunas personas se extrañaban mucho al verle caminar así, hasta que los abrió. No tardó en encontrar de nuevo el rastro. Empezó a caminar más rápido hasta la pared de un edificio, así que bajó al callejón continuo para empezar a subir por los lados, hasta el tercer piso. Sonrió. La fragancia de cada ser, que deja surgir y salir de los más ínfimos poros de sus cuerpos, es única, y para él, la de ella era especial. “Parece un ángel, no llega hasta los 20 años, y está claro que es fuerte, no es presa fácil” Se decía para sí cuando logró abrir un poco la ventana de su habitación objetivo.
Era oscura, ninguna señal de que una mujer joven la habitara, le era extraño. Se colocó de cuclillas y se posicionó de lleno en la ventana, observando. Había cierto bulto en la cama, la luz apagada, unos libros esparcidos en un escritorio de colores amarillentos y una pequeña foto en una mesa de noche. No estaba seguro de si aquella era la habitación de la chica, pero no dudaba en que estaba cerca. “Puede que me haya confundido”, pensó, nos obstante, se quedó ahí, expectante y observando, era la única guía que le podría dar una pista para llegar hasta aquella chica de azulado cabello y cuerpo pequeño. Le encantaba soñar con sus víctimas, dormirlas, tocar su suave piel desde los pequeños dedos en los pies, hasta los últimos peldaños de esos lacios o rizados cabellos, luego morder, sentir el cuello en su aliento y saborear un cuerpo que quizás nunca más verá. Lo llenaba. Bajó finalmente de la ventana, palpando el suelo con los pies; estaba por actuar. Aunque se alertó y prestó mucha más atención en su entorno, pues si alguien quisiera atacarlo por ser un “asechador”, ese era el mejor momento.
Última edición por Éric Von Halen el Miér 11 Sep 2019 - 20:51, editado 4 veces
Éric Von Halen- Mensajes : 31
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